Por Natalia Freire @ladeporteca
Siempre que llegan estas fechas me acuerdo de los Juegos Olímpicos de 1968 porque se celebraron desde el 12 al 27 de octubre en la ciudad de México y porque pasaron a la historia por muchas razones. Y no sólo deportivas.
Desde el momento en el que la ciudad de México fue elegida como sede fue cuestionada por estar situada a 2.240 metros sobre el nivel del mar ya que aquello podría afectar al rendimiento de los deportistas. Pero ese detalle se diluyó ante el protagonismo que tomaron las circunstancias extra deportivas que rodearon aquellos Juegos de 1968.
Eran tiempos de cambios y protestas sociales. Unos días antes de la Ceremonia Inaugural se produjo una masacre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco durante una protesta estudiantil. El gobierno mexicano trató de ocultar por todos los medios el hecho para impedir que los Juegos que estaban a punto de comenzar se vieran cuestionados por la comunidad internacional.
Pero los movimientos sociales no se producían sólo en México. Las protestas eran especialmente importantes en los Estados Unidos donde la Comunidad Afroamericana reclamaba, o mejor dicho, exigía, los mismos derechos que los blancos.
Los responsables de los Juegos no fueron ajenos a estas circunstancias y por eso el Presidente de México, Gustavo Díaz Orgaz, declaró en el discurso inaugural que aquellos serían los Juegos de la Paz. Pero la Paz no está reñida con las reivindicaciones silenciosas y pacíficas. O eso es lo que pensaron dos atletas estadounidenses que realizaron una protesta pacífica en el pódium mientras sonaba el himno de los Estados Unidos. Con su gesto convirtieron los Juegos de México 1968 en los Juegos del Black Power.
El Black Power fue un movimiento que surgió a finales de los años sesenta que consistía en ensalzar las virtudes de la raza negra sobre el opresor hombre blanco.
Los atletas Tommie Smith y John Carlos formaban parte de ese movimiento y quisieron hacer visibles sus protestas ante todo el mundo tras lograr el Oro y el Bronce respectivamente en la prueba de 200 metros lisos.
El pódium lo completaba el australiano Peter Norman que logró la Plata. Días antes, este atleta australiano había coincidido con Paul Hoffman, un estadounidense (blanco, para más señas) que participaba en las pruebas de remo. Hoffamn le habló del “Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos” del que también formaban parte Tommie Smith y John Carlos.
Los tres medallistas subieron al pódium con la insignia de esta organización en sus chaquetas junto a los emblemas de sus países. Tommie Smith y John Carlos habían preparado un gesto de protesta que realizarían mientras sonaba el Himno de los Estados Unidos: Llevarían unos guantes negros y alzarían sus puños.
Además, se descalzarían y mostrarían sus calcetines negros para simbolizar la pobreza de los suyos y llevarían collares de piedras como símbolo de las tribus africanas de las que provenían. Pero con la emoción, Carlos olvidó sus guantes en la Villa Olímpica. Su protesta no sería completa si ambos no alzaban los puños con los guantes negros que simbolizaban el emblema del Black Power. Peter Norman les sugirió que Smith le prestara su guante izquierdo a Carlos. Y así lo hicieron.
Norman permaneció inmóvil, escuchando el himno, mientras que Tommie Smith y John Carlos alzaron sus puños (Smith el derecho y Carlos el izquierdo) y bajaron sus cabezas. Desde entonces, esa imagen ya forma parte de los la Historia de los Juegos y de la Humanidad.
Por cierto que al por entonces Presidente del Comité Olímpico Internacional, el estadounidense Avery Brundage, no le gustó nada esa protesta e intentó expulsar a sus compatriotas de la Villa Olímpica y quitarles sus medallas por protagonizar una protesta política en un acontecimiento deportivo. Era el mismo Presidente al que 32 años antes no le había molestado que todos los deportistas alemanes realizaran el saludo nazi en los Juegos de 1936 que presidió el mismísimo Adolf Hitler.
Aquellos tres atletas conservan sus tiempos y sus medallas pero su protesta les costó cara. Al australiano, Peter Norman, le despidieron de su trabajo y le impidieron volver a participar en los siguientes Juegos aunque lograra la marca necesaria para clasificarse.
A Smith y a Carlos tampoco les fue mucho mejor aunque con el paso de los años fueron recuperando el respeto de los suyos y del resto de la sociedad. Incluso hay una estatua en sus honor con sus figuras en el pódium alzando los puños Black Power presidiendo la entrada a la Universidad de San José en California.
Ninguno de los dos olvidó a su compañero Peter Norman y su gesto solidario y por eso los dos portaron su féretro cuando murió en 2006. El australiano también fue homenajeado por su sobrino, Matt Norman, en un documental titulado "Salute" (El Saludo).
Pero la protesta del Black Power no fue el único que asombró al mundo en aquellos juegos. De hecho, lo que de verdad asombró fue El Salto de Bob Beamon.
Su salto sigue siendo épico y la foto en la que se eleva para batir todos los récords que había hasta ese momento sigue siendo un icono de la superación del ser humano a través del deporte.
Dicen que la altitud de la Ciudad de México contribuyó a que en la semana en la que se celebraron las pruebas de atletismo se produjeran tantos registros históricos. El mayor fue, sin duda, el logrado por Bob Beamon. Saltó 8,90 metros, mejorando en 55 centímetros la marca anterior. Su registro perduró durante más de 23 años, siendo el récord mundial que más tiempo ha permanecido imbatido en la historia del atletismo. Lo superaron otros dos monstruos del atletismo en el Mundial de Tokio de 1991: Carl Lewis, que saltó 8,91 metros, y Mike Powell, que saltó 8,95 metros.
La hazaña de Beamon está relatada en un libro titulado THE MAN WHO COULD FLY: THE BOB BEAMON STORY escrito por Bob Beamon y Milana Walter Beamon en el que podemos conocer al hombre que hay detrás de la leyenda.
Y, por último, dejad que os recomiende una novela de Juan Carlos Girauta y Xavier Bonastre titulada EL IMPULSO DE BEAMON que desarrolla una trama policíaca con permanentes referencias a ese salto.
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