Se presuponía que el encuentro iba a ser el más exigente hasta la fecha para el número uno del mundo sobre la arcilla de París. Mucho se había especulado con la recuperación de la espalda del manacorí y si iba a ser capaz de aguantar el desplegué físico de David Ferrer, otro coloso sobre tierra batida que quiso demostrarlo desde el principio. El set inicial fue para el alicantino. Luego Nadal cambió. Mutó la piel como él solo sabe hacer. Cambió sus errores por virtudes, encontró las carencias de su rival. Como un camaleón, Nadal se convirtió en arcilla y no había hueco ni bola que él no controlara. Sucedió lo inevitable.
Lastrado por la estadística negativa en sus enfrentamientos con los cuatro grandes del torneo, el cabeza de serie número 5 saltó a la Suzanne Lenglen dispuesto a ahuyentar los fantasmas que parecen atenazarle ante los mejores del circuito. Sacó mejor y restó con la clase habitual. Nadal, renqueante de su servicio, especialmente del segundo con porcentajes y velocidades paupérrimos, se vio expuesto ante el juego ofensivo que le proponía Ferrer. El alicantino aprovechó sus oportunidades y se anotó la primera manga 6-4.
Para el segundo parcial, la meditada resistencia de Nadal al fondo de la pista tornó en ataque. A pesar de gozar de varias bolas de break para restablecer la igualada, Ferrer no pudo devolver la rotura al de Manacor, que para entonces ya había encontrado su derecha, había recuperado solvencia con el servicio y volvía a encontrarse a gusto en la pista de la que le había desplazado el tenis de Ferrer durante los primeros compases del partido. En ese duelo de igual a igual, salió reforzado Nadal, que aprovechó esa ventaja fraguada en el arranque del segundo set para apuntárselo en su haber e igualar el partido. (6-4)
Lo que siguió a continuación poca explicación tiene fuera de la cabeza de David Ferrer. El encuentro había entrado en el camino de lo predecible, de la lucha sin cuartel y la igualdad en cada punto, disputado por dos maestros de la superficie que han hecho de la resistencia una de sus armas más poderosas. Sin embargo, Ferrer desapareció de la ecuación. Nadal fue tan impenetrable como suele serlo en las grandes citas, aprovechó los numerosos errores de su rival y se llevó el tercer set en un suspiro. 26 minutos le bastaron. (6-0)
Perdido en sus dudas, Ferrer aún tuvo opciones de meterse en el choque. Los tres puntos de break de que dispuso al comienzo del cuarto set pudieron haberle devuelto a su camino. Nadal, para entonces entonado y surcando líneas y ángulos con sus golpes, no le dejó ni casi respirar. Los errores se amontonaron del lado del alicantino al mismo tiempo que los winners se sumaban del lado mallorquín. La contienda se desdibujó en esos últimos compases. Ferrer claudica habiendo perdido el norte de su tenis, dando la impresión de que el primer set se jugó en otro partido, hace mucho tiempo, demasiado como para darse cuenta de que Nadal ya estaba en semifinales. El 6-1 de la cuarta manga puso el cierre al partido y a una nueva clasificación de Nadal, que supo mutar en medio del partido para inclinarlo hacia su lado cuando se dibujaba aún más oscuro que el cielo de París.
El último escollo que le queda al español antes de la final es otro de los grandes favoritos. Su “alergia” a la superficie, ha privado a Andy Murray de duelos con los más grandes a estas alturas de Roland Garrós. El británico encauzó rápido el partido ante Gael Monfils ganando los dos primeros sets. El francés, alentado por la grada, devolvió la afrenta ganando los dos siguientes. En el peor escenario posible, Murray encontró lo mejor de su talento y se paseó ante la mirada del respetable para apuntarse el set en blanco y colarse en la semifinal.
En dobles femenino, la gran alegría de la jornada nos llegó de la mano de Garbiñe Muguruza y Carla Suárez, que derrotaron a Kveta Peschke y Katarina Srebotnik por un doble 6-4. Se trata de la primera vez que las españolas disputan las semifinales de un Grand Slam en la categoría de dobles. Sus rivales serán las asiáticas Shuai Peng y Su-Wei Hsieh.
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