Obviemos el “érase una vez” y vayamos a los hechos. El interminable Rafa Nadal ha vuelto a lograr el título en París. Lo ha conseguido esta vez firmando una de sus temporadas más irregulares en tierra batida, cuando su más enérgico rival se adelantaba por un set en el partido definitivo. Alzado por el inacabable fondo de su derecha, el español se sobrepuso a todas las adversidades y ganó un nuevo Roland Garros.
Con esos argumentos, se hila la historia de la novena Copa de los Mosqueteros, un relato ya célebre y famoso, protagonizado por ese gigante sobre el polvo de ladrillo que ya suma su 14º Grand Slam, como Pete Sampras, quedándose a tres de Roger Federer. Rafa Nadal y los nueve Mosqueteros. Más que un cuento es una leyenda.
En los prolegómenos de una tarde de tenis en París, las dudas se cernían sobre Nadal como la humedad se había agarrado con fuerza al viento parisino. Novak Djokovic y una serie de tropiezos durante la temporada en arcilla, normales para cualquier tenista pero algo inusitado en el continuo machacar de rivales del español sobre tierra batida, pasaban de boca en boca de los comentaristas y aficionados de medio mundo como los más firmes argumentos para no confiar en Nadal esta vez en Roland Garros. Al filo de la hora prevista, un calor sofocante recibió sin piedad a los dos jugadores en la Philippe Chatrier. El encuentro se presuponía muy duro en lo físico, algo que se confirmó cuando el serbio ganó el primer set tras una batalla sin cuartel.
Acostumbrados a verse las caras con una cierta asiduidad, la última vez esta misma temporada de tierra y con ganador balcánico, bien saben Nole y Rafa que sus golpes de confianza y los mínimos errores marcan la diferencia. De los primeros estuvieron igualados en la primera manga. De los segundos, Nadal salió perdedor. A pesar de haber gozado de ocasiones para el break en los primeros juegos, Nadal no pudo certificar la rotura que sí logaría Djokovic al borde del décimo juego, beneficiándose de varios errores no forzados de Nadal con su derecha. En el momento determinante, el número uno no estuvo acertado.
Era de Ley pensar que Nadal fuera a sufrir y a albergar ciertas dudas por los precedentes (Roma, Australia) tras esos errores con su golpe definitivo. Sin embargo, el español había salido mentalizado de que tenía que confiar en su tenis y volvió a insistir una y otra vez con ese drive que le hace mandar en los partidos y en el tenis mundial. Las bolas comenzaron a sacar las carencias del revés de Djokovic. El 7-5 del segundo parcial devolvió la realidad al partido. Era Nadal el que bailaba con intensidad a un lado de la red, del que dependía, con sus errores y aciertos, el devenir del partido.
El tercer set corroboró la teoría. Un comienzo arrollador de Nadal le colocó un break por delante y convirtió en plácido el tercer parcial. Para entonces Djokovic se había perdido, obligado por ese top spin del español que le enroscó durante toda la tarde en un túnel de pesadillas y viejos fantasmas sobre tierra batida. La derecha de Nadal se convirtió en juez inapelable del partido. El cuarto set volvió a demostrarlo. La extrema competitividad que Djokovic le pone a cada bola resurgió en el último set para devolverle al encuentro cuando deambulaba por la pista con un 4-2 en contra. Consolidado el break, el set parecía enfilar el camino del tie break. Sin embargo, el partido sería cruel con Djokovic. Su recuperación quedó en un espejismo cuando Nadal volvió a conectar un passing de derecha de los que hacen temblar un estadio. Con el 30-30, Djokovic lanzó una bola demasiado larga y, sin más dilación, en una pesadilla recurrente que atenaza el golpeo de muchos jugadores, el serbio perdió el partido con una doble falta que desató, con algo de suspense y demora, el grito de Nadal y su particular (ya típica, por conocida y repetida en ese mismo lugar) celebración de la victoria.
En la celebración, el español aseguró que el triunfo de esta jornada en Francia le había devuelto parte de lo que el tenis le había quitado en Australia (con su espalda maltrecha ante Wawrinka, seguramente también pensando en aquella extenuante final ante Djokovic). Es complicado de definir si esta victoria tiene algo de justicia o de reparo histórico cuando se trata de alguien que busca con tanto ahínco el triunfo. Mirando su bagaje con la perspectiva actual y sin saber cuándo acabará este dulce e increíble relato, el tenis y, en especial, nuestro deporte es muy posible que sean los que en realidad más le deben a él. Con el paso de los años veremos cómo se recuerda esta novena de los Mosqueteros, una leyenda más sobre el mejor deportistas español de toda la Historia.
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